Apreciados maifrens,
Empieza la cuenta atrás, tic, tac, tic, tac… dentro de poco llega el kit kat de las vacaciones de verano dónde no existen los lunes, te despiertas tarde, vas a la playa a leer después de una siesta zen y te das la mano con tu príncipe/sa azul en un rincón recóndito del planeta. Bueno, eso si no tienes hijos, que si los tienes te vas a seguir despertando a las siete de la mañana, con una patada voladora en la barbilla y un «mamiz!!! Hi ha zooool!» porque un día pensaste que explicarle que con la oscuridad hay que dormir y con el sol despertarse era una buena idea, sin tener en cuenta que en verano la luz no se va hasta que Charlie Sheen llega de after y el sol se levanta más pronto que un niño la noche de reyes.
Ya no hay lunes, por tanto no hay clase, ni abuelos, ni casal dónde enchufar a tus churumbeles a quemar batería un buen rato para poder tener un poco de paz y tranquilidad con una misma. A partir de ahora tienes 4 semanas por delante para jugar con ellos, darles de comer variado, buscar actividades divertidas, obligarlos a dormir siesta y, en general, a cubrir sus necesidades por encima de las tuyas tuentifor auars durante treinta días.
El verano con niños es pasar de oler a especias exóticas a esnifar antimosquitos hasta que te dilatan las pupilas, pasar de estar relajada en la hierba de la piscina escuchando musica a vigilarlos a lo Mitch Buchannon pero con un culo que se ha comido el bañador y unas bubis post lactancia como flotador, para asegurarte que algun dia tendrás unos nietos de los que sí puedas disfrutar. Pasas, de practicar inglés con gente autóctona, a pelearte a voces con el de los helados porque te ha cobrado un magnum mini como si fuera un maxi. De llevar un moreno dorado con destellos en los poros a lo svarowsky, a tener moreno paleta en la nuca por pasarte el día corriendo detrás de unos mini delincuentes.
Y es que el verano con niños tiene poco glamour. Que si fuera un anuncio de Estrella Damm el eslogan sería «Mediterraneamente sobrevivo hasta septiembre», los protagonistas no serían dos hipsters con el pelo con reflejos balayage brillante y ese cuerpo que está entre el crossfit y el hashta yoga, si no dos padres de unos treinta años que aparentan 70, con ojeras de drogodependiente y piel mustia nivel se-necesita-urgentemente-transfusión-de-leucocitos. El hilo musical pasaría de Primavera Sound a la-gallina-turuleta en modo bucle hasta que te explote la trompa de eustaquio y venga acompañada de una coreografía de las que dejan fisura en la pelvis.
De la cala cuqui de Menorca con difícil acceso, a una masificada de Marina D’Or para poder ir con un cochecito, una nevera de playa, una sombrilla, una tienda Quechua, dos petates con toallas y más juguetes que un Toy’s’r’us, y, si tienes suerte y hay una ludoteca cerca, con un monitor adolescente donde puedas enchufar a tus pequeños terroristas un par de horas. De disfrutar en un barco en medio de la nada, a intentar mantener en equilibrio tus carnes fofas en una colchoneta de esas que cuando te dan la vuelta te quedas con el biquini por los tobillos. De viajar con un todoterreno naranja descapotable a aparcar un monovolumen familiar con el maletero a punto de estallar, parasoles de Frozen pegados en las ventanas, migas de galletas y kilos de arena en la tapicería acompañados de un «¿faaaalta muchooo?» como hilo musical.
De mantener conversaciones con gente de todo el mundo que te encuentras en un bar, en la playa o en una excursión para hacer snorkel, a hablar con una reportera de España Directo que te ha encontrado con un brote psicótico en la orilla, sobre el corte de digestión.
De acabar el día bebiendo una cerveza fría en un chiringuito, con ese toque rojizo encima de la nariz mientras contemplas como se pone el sol, a acabarlo rebozada en after sun porque a ellos les has puesto crema nivel cemento armado pero te has olvidado de tu epidermis, luchando para bañarlos y ponerles el pijama mientras disfrutas a pequeños sorbos, entre pechugas de pollo un poco quemadas y ensaladilla rusa con más mayonesa que verdura, una cerveza sin alcohol de esas que saben a verano y que te recuerdan en forma de flashbacks, que tus pequeños terroristas no serán pequeños para siempre.
Y también contemplas el amanecer en silencio, con una teta fuera, un bebé con percentil NBA colgando de ella, una niña de (casi) tres años atravesada en un colchón de matrimonio y un príncipe azul durmiendo, a lo faquir, encima de la alfombra.
Ese también es un verano mediterráneo, uno real como la vida misma.
Así que hagamos llegar esto lo más lejos posible, para que sepan los sres de Estrella Damm que las madres que consumimos cervezas, con alcohol y sin alcohol también tenemos nuestro verano y también queremos nuestro anuncio.
Sin boniteces, con un «mediterraneamente sobrevivo hasta septiembre». Porque los veranos con hijos molan y te destrozan psicológicamente a partes iguales y, como dicen ellos, «En tu vida, que nadie te escriba la letra».
Si estás conmigo, comparte esta entrada mencionando a @estrelladamm con el hashtag #MediterráneamenteSobrevivo, envíaselo al grupo de padres y madres del colegio, compártelo en tu perfil, y hagamos entre TODAS LAS SURVIVERS de la maternidad que el año que viene veamos el anuncio del verano reconociéndonos en los protagonistas.
YES WE CAN!
Besis.