Apreciado diario,
Como algunos ya sabréis el jasban tiene un trabajo que lo hace viajar y, por ende, ausentarse del que antes era domicilio conyugal y ahora es pocilga familiar, fingiendo cara de pena y llevándose el ordenador para meterse por las corneas una serie de Netflix por las noches, de esas que yo ni oleré porque él ya la ha visto y me perseguirá en spoilers en todos los rincones de adultos en los que me encuentre.
Y esos días en que el equipo se disuelve y me quedo sola ante el peligro, tiro p’adelante sin utilizar ni un 2% cerebral, en modo avión, mientras lucho con cosas cotidianas como las patadas de samurái de sujeto 2 porque no quiere que le reboce el gormiti con una crema de caléndula o la tortura psicológica de sujeto 1 porque toca fruta para desayunar y ella quiere galletas de la Frozen, pero solo las que sale Ana de una caja de ochocientas galletas con todos los personajes de la peli y atrezzos para rellenar que me tengo que meter yo entre pecho y espalda, “sisuspli, siuspli”, que eso es un trabajo de chinos no apto para cuando estás al borde del precipicio neuronal.
Y cuando crees que eres una súper héroe de marvel porque sales a tiempo de casa para no llegar tarde, bajando las escaleras con una niña subida a las cervicales y arrastrando a la otra del bíceps femoral chillando un “mamaaa” “mamaaaaaa” “¡maaaaamaaaaa!” para enseñarte lo bonitas que son las galletas de Ana, -yes-she-wins, con una mochila con pupurina colgando de una oreja, otra de elefantes de la otra y la bolsa con mi tupper del mediodía gangrenándome el antebrazo, la vida, que es muy de hacerme bulling, sube el nivel de dificultad, vaya a ser que me relaje un poco y me llegue la circulación al cerebelo.
Eso me pasó a hace un par de semanas, que salía del portal con las prisas en el cogote, con sujeto 2 berreando porque el cochecito dislaik y prefiere ir a paso por cuarto de hora, sujeto 1 enseñándome todo el repertorio de canciones desafinando como un gato acabado de atropellar por dos autobuses, y yo, con el cochecito, las bolsas y la niña de la mano, abrí la puerta del portal con la amenaza de embolia en el cogote, encontrándome con el viento y la lluvia pegándome en la cara. Se hizo el silencio hasta que sujeto 1 sentenció:
“Mama, plou”
No quise contradecir a la primogénita, pero eso no era lluvia, era vivir en Florida en medio del Huracán Katrina. Totally, que hice un moonwalk, again, con una niña en las cervicales y otra enganchada en el bíceps femoral desgañitándose con canciones relacionadas con la lluvia, y volví a subir a casa, repartiendo botas de lluvia y paraguas infantiles “rosa furcia” como diría la de Murcia, volviendo a bajar con el procedimiento anterior, pero, a lo Ana de Frozen, con un mechón más de canas en mi pelo rata del postparto.
Volví a meter a sujeto 2 en el cochecito, volvió a llorar (esta vez con dos decibelios más porque iba envasado al vacío) y a Sujeto 1 le entregué un paraguas que amenazaba las corneas de los transeúntes que midieran menos de 1,20, y los aparatos reproductivos de los que rebasaban esa medida, y yo, que no me quedaban extremidades para llevar paraguas, me puse la capucha de mi chaqueta guater-no-repelen a lo Muhhamed Ali saliendo de casa con un objetivo claro: no mirar atrás y entregar los paquetes lo antes posible, sanos y, a poder ser, salvos, a su destino.
En la selva del asfalto iba yo, como pollo sin cabeza, intentando meter los brazos y los pies de la de Albacete otra vez en el plástico, que los sacaba a modo de protesta, arrastrando de la mano a la de Murcia porque el viento se la llevaba volando a lo Mery Poppins, gritando y rompiendo los tímpanos a los adolescentes que iban tranquilamente a morrearse con lengua en el lavabo del instituto, porque cuando la primogénita saltaba en los charcos, de la salpicadura me mojaba hasta las bragas, con el pelo también chorreando gracias a mi abrigo guater-no-repelen y el rimmel derramado como si hubiera llorando nivel adolescente que le dicen que Take That se ha separado, arrastrando a las susodichas sin mirar atrás, enfocada en un único objetivo: Llegar a mi destino.
Entregué el primer paquete con la amenaza de bronquitis latente en el pecho y al segundo, que por suerte está en el edificio colindante, la dejé con las extremidades chorreando, un beso, una flor y tiré una bomba de humo para intentar llegar al trabajo antes de notar los primeros síntomas de la neumonía, mientras recibía una nota de audio del jasban, con ese tono zen de cuando estás a muchos kilómetros de la zona cero, preguntándome como había ido la mañana.
Gracias por este sueño.
Deberás chantajear, digo premiar, a la de Murcia para que mire por la ventana antes de salir y te diga que tiempo hace a cambio de una galleta XD
😂😂😂 Truco surviver apuntado!!!
Nos sentimos tan identificados contigo con el proyecto 1 ados-lescente y el proyecto 2 fraguandose en las entrañas de Mordor + diabetes gestacional (pray for her) que ver tus artículos nos hacen tirar adelante. Sigue así!!
😭 Leer comentarios así hace que valga la pena irme a dormir los jueves a las milquinientas para acabar la entrada ❤️ yes we can’t!