Apreciado diario,
Viendo que esta de moda el slow life, la comida healthy y el organizarte para vivir mejor y más feliz, esta semana me propuse dejar de ir con el reloj todo el día en el cogote y pasarme al modo zen, a los pantalones de lino con la bragueta que toca el suelo y la música mantra como ambiente en el hogar.
Por ello, como mi jasban se va de madrugada para poder llegar a una hora decente por la tarde, ayer decidí levantarme con él, me tomé agua con limón, puse música relajante y corté unas frutas con yogur para empezar el día nutriendo a mi cuerpo y liberando toxinas.
A los diez minutos Diana Ross se despertó con un peinado nivel «ha pasado el huracán Katrina por mi habitación y tengo restos fósiles en los rizos», y mirándome con una sonrisa después de un «On día» me dijo «gayetas shuculata, favor». «No, hoy desayunamos fruta» le dije a mi vástaga enseñándole un bol con plátanos cortados. «No, mamiz, pitidaz agrada gayetas shuculata, favor». Para empezar el día en paz y serenidad me metí el plátano entre pecho y espalda, que sumando lo anterior que me había zampado llevaba en fruta lo equivalente a un par de croissants de chocolate, y para despistarla, en tres milisegundos le preparé galletas de avena con un poco de nocilla, con un ni-pa-tí-ni-pa-mí, para que al menos tuviera un cincuenta por ciento healthy.
Después se quejó que la música no le gustaba y que prefería «la vaca lola» que eso de zen tiene menos que irte de retiro a meditar al Pachá de Ibiza. Mientras ella lloraba por el hilo musical aproveché para vestirla, desenredar sus rizos rebeldes e intentar agruparlos en una coleta, con sus quejas por los tirones, hasta que cuando empezó el momento rabieta de voy-a-hacer-que-pases-la-peor-mañana-de-tu-vida-madarfacar me rendí y acabé poniéndole los dibujos en la tele, dejándole el peinado a lo afro y apagué la musiquita zen que en lugar de relejarme empezaba a ponerme un poco de los nervios.
Miré el reloj. Cuenta atrás para dejar a la niña y llegar a la hora al trabajo.
Me vestí con lo primero que encontré (y estaba limpio) en una mezcla de colores que por allí dónde pasaba dejaba daltónicos a los viandantes y con una trenza de esas que esconde que has pasado mala noche y un brochazo de maquillaje para disimular, bajé al portal con una niña que de lejos parecía un pelucón con piernas.
«Al cole, no, mamiz»
Me dijo la marichochi que me leía las intenciones y no quería subir al carrito. En mi nueva slow life, tendría que haberme agachado a dialogar con ella y hacer unas poses de ioga que nos desestresaran antes de salir por el portal, pero viendo que el tiempo se nos tiraba encima necesitaba algo más efectivo, así que saqué del bolsillo-mágico-del-cochecito-para-emergencias un paquetito de galletas príncipe que recibió de buen agrado con un «gaziaz» dejando su cuerpo muerto para que pudiera ponerle las correas. En mi casa somos poco de negociaciones y mucho de chantaje con carbohidratos.
Y al salir al portal, se me taponaron los chakras al ver que como si se tratara de la criptonita para superman o una croqueta para un eingel de victoria sicret, el antagonista de una madre hacia su aparición a través del cristal:
La puta lluvia
Y ahí sí que, después de envasar al vacío el carrito de mi hija para que no entrara ni una gota de hachedosó, decidí tirarme a la speed life. De esa que una no vuelve a subir las escaleras a buscar el paraguas, porque total, tampoco llueve tanto y me da una pereza mental sólo pensarlo que se me funden dos neuronas, con las consecuencias de llegar a la guardería con las bragas chorreando.
Y al sacarle el papel film del cochecito y comprobar que la señora de Murcia estaba más seca que la mojama, se acercó uno de esos niños trampa que viven en constante felicidad, que haberlos haylos, y abrazó a mi hija de la ilusión de verla. A lo que ella contestó acorde a la mañana que habíamos tenido:
Y sí, no somos de slow life, somos de ir con la enagenación mental soplándonos en la nuca, qué le vamos a hacer…
Besis.