Cuentos infantiles

Apreciados maifrens,

Yo era una chica de leer en cualquier sitio, en el metro, tirada en el sofá o en una playa paradisíaca, mientras el sol me quemaba la epidermis y las corneas, metiéndome una siesta entre vuelta y vuelta de moreno paleta, sin SPF, ni parasol, ni camisetas de licra quechua que se funden con los michelines.

Ahora, desde que tengo un suelo pélvico con consistencia nivel blandiblup de los que sufres cada vez que te costipas por si de los estornudos me desorino encima, no leo más que remedios antipiojos en el google o algún post en instagram. Mis días de disfrutar de Paul Auster o Eduardo Mendoza han quedado muy atrás, y ahora disfruto más de literatura del perro hace “guau”, la vaca hace “mu” o improviso cuentos de una princesa a la que un caballero le pretende salvar pero que ella dice que puede sola y que se pire en taxi. A lo que mi hija, que lleva la purpurina en las venas, me mira con extrañeza por si me ha dado ya el Alzheimer y me corrige porque no se va en “taziz” sino que se “cazan” y ella lleva una vestido blanco de bailarina.

Que es que el patriarcado ha hecho mucho daño en la literatura infantil y a veces, mientras leo la historia y veo como me miran atentamente, siento una punzada al pensar en el mensaje subliminal que hay detrás de las historias infantiles dónde las chicas són las débiles o las malas y los hombres los salvadores y con mi enajenación mental de no dormir del itrón desde el 2015, me da por improvisar sobre la marcha que eso como meterte en una clase de párvulos con un chupachup: Muerte segura.

Sin ir más lejos el otro día mientras le contaba el cuento antes de dormir, di rienda suelta a mi creatividad feminista sobre la marcha:

“Y la caperucita, que veía que el lobo la estaba engañando, decidió engañarle ella a él” a lo que Sujeto 1, que no me deja pasar ni una, me corrigió recordándome que la mama dice que no “za diu mentidaz”. “Lo que quiere decir la mama es que si la Matilda pinta un mueble y dice que ha sido Olivia, eso no se puede decir porque es una mentira, pero si la Matilda se encuentra con un lobo que no conoce de nada y le pregunta dónde vive la abuela, entonces sí se puede decir una mentira”.

Pude ver su cara de terror al visionar su encuentro con un lobo en mitad de la calle.

Nos costó tres años de esperanza de vida convencerla que los lobos parlantes no existían para que se durmiera.

Al cabo de los días, viendo que el cuento de la caperucita no me había funcionado, decidí hacer un remake más moderno del cuento de la Sirenita. Primero, que para mensajes subliminales los míos, le tiré un par de amigas merluzas que estaban súper contentas de ser comidas por niños porque les harían mayores y más fuertes, y cuando llegué a la parte donde por fin consigue sus piernas, le añadí un poco de poesía con un “estaba tan contenta de ver el mundo que en lugar de ir a buscar el príncipe para casarse, decidió empezar a recorrer todos los países para conocer gente nueva y diferente. “¿Zenza els papas?” Dijo ella, sin poder creer que existe una vida en la que no hay un adulto que te toque la pera.

Le conté que cuando una se hace mayor pude viajar sin los padres, pero con la condición de que les tiene que llamar cada día por facetime para recordarles todo lo que los quiere y presentarles a todos sus amigos para que los padres aprueben si son buenos como el hada madrina o malos como el lobo feroz. Ahí me empecé a liar con que no se puede confiar en todo el mundo, porque hay buenos y malos, pero que hay que hacerles caso a los mayores, pero no a todos… y….

…totally, que el jasban lleva dos días durmiendo en la litera.

Puta vida, tete.