El dulce de leche

 Apreciado diario,

Los hombres son los peor parados en la maternidad. Esto es así. Que a una, desde que dice que está embarazada, recibe amor y mimos hasta de la vecina del quinto que te pregunta como estás y te baja caldito handmade que le ha sobrado. Y tienes bonus track y puedes hasta decir cosas como «la culpa de todo la tiene Yoko Ono» que la gente asiente y te dan la razón, vaya a ser que te coja un ataque hormonal y así a lo tonto empiece la tercera guerra mundial.

Y a tu príncipe azul, que pilla más que Sergio Ramos, nadie le pregunta ni la hora. Y no abre la boca, que a la que va a quejarse de algo todo el mundo lo mira en plan… REALLY? y va haciéndose pequeño, pequeño hasta desaparecer.

Y es que ya se sabe que los hombres tienen el umbral del dolor más bajo que las mujeres, o al menos el mío, que por un pedo atravesado monta una performance en casa en plan «he-dejado-el-testamento-en-la-mesilla-de-noche» y haciendo ruidos de neumotórax agudo con fallo cardíaco, se va lamentando en cada movimiento hasta que se queda dormido en el sofá. Que lo mejor es pasar sus últimas horas en casa, vaya a ser que vaya de urgencias y le peguen la peste negra.

Y cuando una está embarazada el hombre no tiene permiso ni para tener una apendicitis, que tu estás ensanchando tu útero para convertirlo en un laboratorio de fabricación humana, a lo breaking bad, y con eso él no puede competir. De repente vuestra relación gira en torno a ti y a tu cuerpo, y su uña encarnada, su bronquitis o su reumática rodilla pasan a un segundo lugar.

Así que hoy, aprovechando que mañana es el cumpleaños de mi dulce de leche, quiero dedicar esta entrada a todos los dulces de leches que están sufriendo en silencio también la maternidad y nadie se lo reconoce.

Porque, ¿Qué haríamos nosotras sin su ayuda?

Y es que cuando te levantas cansada porque te pesa la barriga, luego pasas a agotada porque no duermes por la noche, mudas a cabreada porque estás como una foca, te pones a llorar desconsoladamente porque tu antes molabas y luego te ríes histéricamente porque vas a ser madre, es él el que aguanta el chaparrón estoicamente y te va a comprar un croissant de chocolate, para que tengas la boca ocupada durante un rato y haya un poco de silencio en el hogar.

Luego está tus ataques hormonales en sociedad que te da por ir diciendo verdades a la cara de la gente, con lo bonito que es criticar a las espaldas, así que allí estás diciéndole a una amiga que el peinado que lleva es más feo que coger chicles del suelo, a tu vecina que debería dejar la bollería industrial o, lo que es peor, a tu hermana que lleva pelusa bigotera nivel Jose Maria Aznar.

Y ahí está él, poniendo su mejor sonrisa y cambiando de tema para evitar que te borre del guatsap toda tu agenda telefónica y tengas amigas con las que quedar en el postparto.

O cuando ya estás en la recta final del embarazo, que después de tenerlo a pan y agua durante dos trimestres te dicen que lo mejor para provocar el parto es tener sexo. Y ala, después de rechazar sus proposiciones un millón de veces, tienes que ir a mendigarle una pinza birmana que te rompa la bolsa amniótica. Eso sí, rapidito y sin preliminares que te sube el ardor hasta las orejas y te dan arcadas. Y con ese plan menos sexy que Paquirrín con una tanga animal print, el pobre tiene que trabajar para cumplir tus deseos.

 Por ello hoy esta entrada va dedicada a TODOS ESOS DULCES DE LECHE que también han pillado cacho con la maternidad y nadie les ha reconocido su labor, y en especial a mi príncipe azul, al que hace un año, cuando le regalé un palito meado que decía que la señora de Murcia estaba en camino, me prometió que intentaría ser el mejor padre everanever, Y LO HA CUMPLIDO.

Ruyrodrigo, TE QUIERO TIO.

Besis.