Mamifit

Apreciado diario,

Debo admitir que soy la única persona en la faz de la tierra a la que la lactancia le engorda. Que se ve que la cachorra, en lugar de succionar el cacaolat que le he preparado con cariño a base de croissants de chocolate, no le gusta y lo vuelve a tirar para dentro, sin contemplaciones, dejándome la celulitis incrustada en mis cartucheras como si fuera gotelé.

Es por ello que esta semana he empezado mis clases de mamifit, que para las que no sepan, es un deporte que se hace con tu hijo y que sirve para demostrar a tu cachorra que tu genética es (a)gimnástica y que será mejor que se centre en los estudios.

Totallity, que el lunes como un clavo me planté con la señora de Murcia y todos sus accesorios, que la niña tiene más equipaje que Isabel Preysler, y ahí la espatarré en el suelo, vestida a lo Eva Nasarre y rodeada de sus diógenes mientras me miraba, impertérrita, los leggins que me había embutifarrado.

(FOTO REAL)

Sí, mi hija tiene pelo de taxista, calvo por lo lados y ensaimada por arriba.

A lo que íbamos, cuando una tiene el cuerpo tan magullado, prefiere no apuntarse al gimnasio para estar rodeada de modelos de la fashion week y alistarse a algo más de personas-golpeadas-por-la-vida de esas que te encuentras en el mercado y en la tienda de veinte duros. Y ahí estaba yo, con los nervios a flor de piel y escalfando mis carnes para convertirme en el ángel de Victoria Secret que nunca he sido.

Llámame Agata Cristie, pero me di cuenta que había acertado en mi elección cuando entró la monitora y al girarse pude divisar que tenía el culo como una plaza de toros. Y no es que yo la juzgara por ello, ripect máximo for your body maifren, pero ese detallito hizo que me relajara y desde ese momento dejé de meter barriga, de taparme las cartucheras con la camiseta y me sentí como en casa.

OUYEAH DE GUT LAIF.

Soy disléxica de nacimiento, y mientras no entendía ni un paso de los que decía la monitora y miraba a las demás buscando complicidades, todas parecían entender las directrices de la marichochi y danzaban como dulces gacelas

Y como más danzaban, más me empeñaba yo en mover con ondas expansivas mis carnes fláccidas de lado a lado, generando un tsunami de pellejo muerto, que llevaban a la Señora de Murcia a mirarme con cara de vergüenza ajena.

Y fue entonces cuando me di cuenta de que las primeras impresiones nunca fueron buenas, y que la Kim Kardashian que nos estaba entrenando tenía el pandero constituido por músculos, fibra, muelles y quizá algún niño despistado que había absorbido con las sentadillas. Porque eso no era una desenfadada clase de madres con el suelo pélvico «blandiblupero», nono, eso era el mismísimo ejército y todas sudaban más que Belén Esteban en una prueba de ortografía.

Y mientras yo iba de lado a lado intentando coger ni que fuera medio movimiento, Kim Kardashian se puso a mi lado y se dispuso a explicarme en cámara lenta cada paso, por si yo era borderline, y hasta la señora de Murcia seguía el ritmo con las respiraciones, demostrando que, afortunadamente, eso lo ha heredado de su padre.

Pero mi cuerpo (des)coordinado y (a)gimnástico no procesaba ninguno de sus consejos, yendo siempre al revés de lo que marcaban sus directrices. Y ahí fue cuando mi cigoto pilló que necesitábamos salir de la clase cagando-leches antes de que todo el barrio sepa que somos unas losers, y vomitó a lo niña del exorcista manchando la colchoneta y los cojines de la Kim Kardashian. Y con un «ai… Matilda, ¿que no te encuentras bien?» recogí mis trescientos millones de bártulos en un nanosegundo, y me fui de allí con la niña vomitada y el carrito a rebosar que parecía que volviéramos de buscar cobre, hacia mi portal, llamando al rioplatense por el camino para advertirle que debíamos mudarnos, urgentemente, a otro barrio.

Y hoy tengo agujetas.

Besis.

P.D. Al bebé al que mi hija le vomitó la cabeza… lo siento tío…