Jueves.

Apreciado diario,

A media noche me desperté sediento, inquieto y sudoroso.

La herida que me había hecho en la mano el 11 de setiembre colocando la bandera de nuestra patria en el balcón, estaba roja, hinchada y podía sentir palpitaciones en ella.

Intentando no hacer ruido para no despertar a mi mujer, que yacía dormida a mi lado, me arrastré por el frío pasillo en dirección al baño.

La herida cada vez se hacía más grande y era más dolorosa.

Mi intento por llegar al botiquín fue fallido. Un ligero mareo y unas fuertes convulsiones me dejaron inconsciente en el suelo del pasillo.

Horas después, cuando me desperté, un alivio recorrió todo mi cuerpo.

La fiebre, el malestar habían desaparecido. Me encontraba con una energía renovada.

Con la vista aún un poco nublosa, utilicé una de mis manos en busca de la herida que se hallaba en la otra. Ni rastro.

No fue hasta que me incorporé y fui al espejo del baño a comprobar los daños, que no me dí cuenta de lo que en realidad había pasado:

ME HABÍA CONVERTIDO EN …..

(Música de suspense)

Por fin mis plegarias habían sido escuchadas. La herida banderil me ha había dado UNOS SUPERPODERES HISPÁNICOS para luchar contra el mal.

Aunque la lycra generó una ligera dermatitis utópica en mi delicada piel, oculté las mallas que me daban sarpullido poniéndome un traje negro por encima, y decidí cogerme un día libre en el ministerio (de educación, cultura y deporte) para decidir como emplear mis nuevas facultades en la lucha contra el mal que acecha a nuestro país.

Este es el esbozo que me ha quedado.

– ACABAR CON LOS ACTIVISTAS DE EXTREMA IZQUIERDA